Una nueva Ola de Pobreza


¿Qué es la pobreza? Sin pensarlo mucho podría afirmar que sería la falta de dinero, es decir, disponer de dinero insuficiente para pagar los bienes y servicios básicos; pero aunque en la mayoría de casos la definición podría ser válida, tiene aún demasiadas excepciones. Los propios economistas no se acaban de poner de acuerdo sobre cómo definir la pobreza; sin embargo, sí estaremos de acuerdo sobre los efectos que genera esa carencia de dinero y/o recursos básicos: malestar, sufrimiento, impotencia - falta de control, vergüenza e incluso humillación. Atendiendo a esto, abarcaría bastante más allá que la pobreza de la que hablan (poco y mal) los medios de comunicación. Esta otra pobreza, más amplia, incluye también a la gente que no entraría en las restrictivas estadísticas (las de “manga ancha” de la ONU-UN, o las un poco más realistas de la OCDE-OECD, también más “relativas”). Es muy probable, haciendo una cuenta aproximada, que incluyera a más de la mitad de la población mundial (que realmente podría considerarse pobre si los expertos “cualificados” por las grandes instituciones fueran un poco más imparciales). Pero es muy difícil saber algo cuando parece que no quiere saberse, quizá porque ya no podrían hablar de países ricos (o de democracias) tan a la ligera, ni hacernos creer que “esto” funciona para casi todos. También es difícil saberlo cuando los propios nuevos pobres se esconden por vergüenza y no admiten serlo, porque se nos hace creer que si caemos en la pobreza (en el mundo libre, donde todo son oportunidades) es solo culpa nuestra.


Pero ¿cómo reconocemos esa “nueva” pobreza?  No es tan fácil  (al menos para los economistas, limitados normalmente a las estadísticas), porque estos otros pobres suelen tener modernos smartphones y televisión de pantalla plana, a menudo hasta coche y vivienda en propiedad. Y no es fácil porque aunque las estadísticas la ignoran, es una pobreza mucho más cercana y omnipresente. No es relativa, sino casi mayoritaria, es una pobreza de limitadas opciones, desilusión, pérdidas, endeudamiento, mala salud, enfermedades, tristeza y desasosiego..., pero me dejaré de “poesía” e iré más al grano.

La pérdida de ingresos, la inflación, la desigualdad rampante, los precios de la vivienda (y la energía y los combustibles), el desempleo, el endeudamiento, las migraciones del campo a la ciudad, la precarización del trabajo,..., todo ello configura esa nueva pobreza, que en realidad no es tan nueva, solo que dejó de ser lo "normal" por algún tiempo y casi la habíamos olvidado. Fueron apenas un par de décadas en algunos países, en otros algo más, durante una época de vacas gordas o desarrollo y crecimiento que permitió la creación y consolidación en muchos países de lo que se conoce como estados de bienestar, que ahora se desmorona a buen ritmo, o se está demoliendo, cabría decir.


Solo ha sucedido algo muy previsible; se ha parado de crecer, no porque hayan hecho caso a los apóstoles del decrecimiento o del Peak-Oil, no; sino porque ni queriendo con todas las ganas se puede seguir creciendo indefinidamente en un sistema cerrado, ni aún haciendo todo tipo de trampas  o estrategias de dudosa moralidad (fracking, deslocalización, emisión de bonos basura, impulsar burbujas, emplear "puertas giratorias", etc.)

Y como “la economía” ha parado de crecer -ya hace tiempo- pero las empresas no pueden dejar de intentarlo o aparentarlo repartiendo dividendos, creando valor para el accionista, etc., pues se hace por la vía de reducir gastos fijos (despidiendo y recortando salarios, fundamentalmente) a la vez que dejando de crear o mejorar los productos y servicios verdaderamente valiosos para la sociedad (se sustituye buena parte de la innovación, que es cara y de resultados inciertos, por marketing, que se sabe que funciona, hasta cierto punto). La precariedad laboral no es un producto del azar, sino de la coincidencia de este factor “frenazo” con la llegada de un número enorme de titulados universitarios al mercado de trabajo, que agudizaría la sobre-oferta de éste iniciada con la “llegada” masiva de mujeres al mercado laboral, algo que hubiera sido estupendo si se hubiera aprovechado para reducir sustancialmente las jornadas para todos.
En cuanto a las posibles causas del desempleo y de la precariedad laboral, algunos opinadores afirman alegremente que una de las principales razones es la falta de formación de los trabajadores. Posiblemente no piensen lo mismo los miles de universitarios (algunos con más de una carrera y algún máster que otro) que deambulan de un empleo precario a otro, o se ven obligados a emigrar (como quizá hicieron sus abuelos en su día) o aceptar un empleo de investigador universitario con salario inferior al de un camarero de chiringuito playero. Tampoco opinarán lo mismo otros universitarios, no tan jóvenes, que trabajan como profesores adjuntos, o en una ingeniería que les exige un desempeño premium a cambio de un salario lite. En cualquier caso, se adaptan compartiendo piso, viviendo sin planificar el futuro, olvidándose de comprar algo tan caro como un automóvil o una vivienda, que -además- dada la extrema exigencia de movilidad laboral no resultaría nada práctico.


El espectacular encarecimiento de la vivienda es otro punto clave en el empobrecimiento de la población general. En muchos países “ricos” pagar el techo donde uno se resguarda supone una fracción enorme de los ingresos “familiares”. Aunque la vivienda se considere hipócritamente un derecho fundamental en cartas magnas y constituciones soberanas, la verdad es que la mayor parte de las medidas políticas, financieras y fiscales que se han tomado en los últimos años han llevado a una inflación inmobiliaria extraordinaria, en todo el mundo, y cabe imaginar que no se deba tanto a ineptitudes como a actitudes.
Sea como sea, muchos propietarios con empleo a jornada completa, a menudo con formación universitaria incluida, padecen los rigores de una inflación (o burbuja) inmobiliaria. lo que les lleva mucho más allá de amueblar el apartamento con palés reciclados o muebles de saldo en Ikea: les lleva a ayunar a fin de mes, hacerse adpetos al lonchafinismo* o renunciar “voluntariamente” a encender la calefacción en pleno invierno, fenómeno, este último, que se ha bautizado como pobreza energética.

* El lonchafinismo es un ingenioso término inventado por algún creativo mileurista, quizá una víctima del burbujismo inmobiliario, para definir una hipotética “dieta” cuya principal fuente de calorías sería mortadela de oferta cortada en finísimas lonchas, entre pan y pan. Cabe especular que sería habitual entre algunos“ricos propietarios” de una  sobre-valorada propiedad inmobiliaria. Sobre-valorada al menos hasta el día de la compra-venta y firma de la hipoteca, pues pasado algún tiempo, quizá justo antes de necesitar vender la propiead, se desinfló la "burbuja".

A muchos de estos estudiantes y recién titulados (que tras varias carreras, másters y doctorados rondan los 30 años) se les unen separados, madres solteras, jubilados, empleados a tiempo parcial o familas con varios hijos y solo un par de empleos precarios. Al ayuno a fin de mes (práctica muy discreta, a corto plazo al menos) se suman a veces otras prácticas más desesperadas, como la de tomar alimentos de los contenedores de basura, algo que practican personas que según las estadísticas no serían consideradas pobres por la ONU, y apenas en el umbral de pobreza según los más realistas parámetros de la OCDE.


 Además del parón del crecimiento, que por sí solo sería algo positivo, se dan conjuntamente otros factores que son los que lo agravan todo: la pérdida de valor del dinero (inflación, deuda, interés), el agotamiento -o al menos, creciente escasez- de ciertos recursos naturales no renovables (petróleo, sobre todo) y ciertos minerales estratégicos; las sequías, el cambio climático, la dificultad en hacer crecer la producción agrícola al ritmo de la población sin agotar la fertilidad de la tierra y los recursos acuíferos, el agotamiento de los caladeros de pesca...; todo ello, siendo muy grave, empeora aún más debido al factor de “exigencia de crecimiento” impuesto por el dinero (creado literalmente de la nada, a partir de la deuda bancaria).


Se podría sintetizar la idea de por qué crece la pobreza con una “imagen”: En los últimos años ha ido creciendo el número de invitados a la fiesta, sin que el pastelero haya aprendido a preparar una tarta mucho más grande, A la vez que eso sucede, algunos comensales se acostumbraron a exigir raciones cada vez mayores, por lo que otros muchos cada vez tienen menos... y algunos nada (quizá porque el que reparte confía en el buen funcionamiento del “buen rollo” de la fiesta y que todos son gente educada y considerada, o quizá porque le da igual y piensa que no es su problema).
El tema daría para mucho más, y lo iré desarrollando, pero aquí lo dejo, hasta el siguiente post.

Sólo con muy buenas ideas y decisión podríamos parar el desastre que se avecina, pues esta nueva pobreza podría ser -perfectamente- un germen de la miseria, más visible y desagradable, que quizá ya se está gestando, silenciosamente (para la sordera de algunos), soterradamente, ¿imparablemente?

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