Renta mínima universal


Una pandemia ruinosa

Si nos limitamos a leer las noticias de los medios más "serios", la llamada crisis sanitaria del COVID -19 parece que explique por sí sola la actual crisis económica (la de España en particular y el mundo en general). 

El conocido como coronavirus ha justificado -según muchos gobiernos- que se tomen medidas de aislamiento social que han paralizado y ralentizado las economías, produciendo importantes caídas del PIB, endeudamiento adicional y un importante aumento de la pobreza, al cebarse el frenazo en los más débiles; trabajadores del sector informal, desempleados sin prestaciones, trabajadores que "complementan" su renta con trabajos esporádicos, etc. Todos ellos inexistentes para la mayoría de estadísticas, por cierto. 
Digamos que ha empeorado -y mucho- una situación que ya era bastante precaria, pero de algún modo aún parecía sostenerse. Sin embargo los niveles altos de desempleo no son algo nuevo en España (ni en otros muchos países).  Cabría considerarlo un problema estructural más que coyuntural.


Mucho más productivos, pero no lo suficiente

En 1995 se publicaba El fin del trabajo, una visión del economista estadounidense Jeremy Rifkin sobre la inevitable destrucción de empleo que conllevaría el incremento sostenido de la productividad por trabajador. Fue quizá de los primeros en advertir de los "daños colaterales" de la automatización, aunque proponía un análisis neutro, como en realidad es el asunto.

La automatización no es algo nuevo, pero sí la velocidad con que se está implantando actualmente y su llegada a ámbitos fuera de la industria, donde "siempre" había estado limitado su uso.

La mejora en los procesos de producción y de manejo de información va a hacer innecesarios muchos -muchísimos- empleos, cierto, pero eso no debería considerarse un desastre sino algo sumamente beneficioso... si fuéramos capaces de verlo tal como es y adaptar el mercado laboral a las nuevas circunstancias, lo cual no significa necesariamente enviar más gente al desempleo y la pre-jubilación, a la vez que no se contratan jóvenes.


Reducir jornadas

La cuestión es relativamente simple: podríamos considerar que el incremento de productividad, que depende no solo de la automatización sino de mejor organización y estrategias, unido a la caída de la demanda, lleva a que el conjunto del tejido productivo requiera muchas menos horas de trabajo para producir lo mismo (pero además hay menos demanda), lo cual no se ha de traducir directamente en menos empleos. 

No hay ninguna ley sagrada que diga que un empleado deba trabajar jornadas de por lo menos 8 horas diarias durante 5 días a la semana, por tanto, limitando las jornadas a  6 horas o la semana laboral a 4 días (siempre que una de estas alternativas sea posible) se reduciría drásticamente el desempleo. 
Por supuesto, un análisis más concienzudo podría explicar que no se perdería capacidad adquisitiva, pues incluso una reducción de ingresos bruta podría compensarse de varias formas.


Ingreso mínimo vital

Sin embargo se ha optado por otro enfoque, que en realidad no debería ser una estrategia excluyente: el de la renta mínima. 

Viéndolo en conjunto, se retrasó la edad de jubilación mientras se mantienen las horas de trabajo anuales, lo cual se traduce en más horas totales trabajadas por persona (y en muchos otros casos jubilarse con una fracción de la paga que hubiera correspondido antes a la misma edad). Como no se distribuye mejor el cada vez más escaso trabajo disponible no parece quedar otra opción que dejar a más personas fuera del mercado de trabajo. Para que no caigan en la miseria se les administrará una exigua paga llamada renta básica o renta mínima universal.

Por supuesto, no todos los trabajadores son intercambiables, pero eso solo justificaría una pequeña parte del asunto. La realidad es aún más compleja y no todo es cuestión de dinero. Las personas necesitan de algún modo sentirse útiles, emplear sus habilidades en algo que enriquezca la comunidad, y seguramente son mayoría (nadie parece preocupado por averiguarlo) los que preferirían trabajar menos (y más relajadamente), si por otra parte los gobiernos ajustaran la carga de impuestos y gestionaran más eficazmente sus recursos administrativos, etc. En conjunto las sociedades serían más ricas, las personas estarían más satisfechas con sus vidas y el Estado tendría menos gasto (más contribuyentes y muchos menos desempleados).


Sí, pero...

La automatización no debería verse como un problema sino como un gran avance. Y la renta mínima es necesaria, seguramente, pero debería ser una opción de último recurso. Sin, embargo, en España se baraja una cifra de 2.3 millones de beneficiarios del ingreso mínimo vital, frente a 3 millones de trabajadores por cuenta propia y 13 millones de trabajadores por cuenta ajena en el sector privado. Es fácil advertir una tendencia perversa en esto. Unos pocos trabajarán cada vez más en entornos muy exigentes mientras otros permanecerán ociosos subsistiendo apenas con una pequeña paga. El Estado determina las condiciones de acceso, las personas se incluyen en un sistema de prestaciones que para muchos no será una opción  sino la única posibilidad restante, al haberse cortado el paso a otras opciones.

Renta mínima, Sí, pero al mismo tiempo debería considerarse la reducción de las horas trabajadas anuales. Y no es la única opción, a la vez debería velarse por disponer de un mercado de viviendas de rentas bajas pero dignas.

Resumiendo, el problema de la pobreza, como el desempleo, tienen varias dimensiones y por tanto pueden "solucionarse" por varias vías. La renta mínima, si no se acompaña de otras medidas como la reducción de las jornadas para mantener y crear empleo, se convertirá en una de esas soluciones que crean nuevos problemas tan graves como los que soluciona.

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