¿Un futuro de Metrópolis libres?


Una idea fuertemente incrustada

A lo largo de generaciones se nos ha inculcado una idea muy conveniente, que aún parece que no podamos sacarnos de la cabeza; que las grandes masas precisan de un capitán, un líder, un guía, alguien que nos guíe por este mar temible y oscuro que representa la convivencia, la vida y el futuro. Como si se tratara de épicos héroes, con cualidades superiores que los hace parecer cuasi divinos, o al menos conectados con lo divino, se diría que eran capaces de llevar a buen puerto al rebaño temeroso e ignorante (a su pueblo).

Siglos más tarde, ya sean líderes políticos elegidos “democráticamente” o líderes espirituales, al final son igualmente aceptados por la plebe, en la mayoría de los casos más con resignación que otra cosa, pues de todas formas en realidad a la mayoría no le queda otro remedio que aceptarlo. Sin embargo, si lo pensamos un poco, son grandes líderes los que han llevado a los más amplios rebaños (los pueblos y naciones) a algunas de las más sonadas catástrofes (si bien es cierto que no actuaban solos). Franco (España), Pinochet (Chile), Castro (Cuba), Maduro (Venezuela) y otros líderes militares y políticos del pasado o contemporáneos solo son una muestra de un espectro mucho más amplio de personajes empeñados en continuar en el poder a pesar de la amplia y creciente “insatisfacción” de “su pueblo”. Algunos personajes-tiranos son mucho más reconocibles según una mayoría de historiadores: Hitler, Stalin, Lenin, Iván IV de Rusia (Iván el terrible), Leopoldo II de Bélgica, Atila (el rey de los Hunos), Vlad Dracúlea (el empalador), Gengis Khan, Torquemada (el Gran Inquisidor), La reina María I (la sanguinaria), Robespierre, Pol Pot (Jemeres Rojos camboyanos), Idi Amin (Uganda), Bokassa (República Centroafricana), etc., etc. Estos son tiranos fácilmente reconocibles por su crueldad, pero muchos otros actuaban -o actúan- más o menos de buena fe, (con intenciones más o menos “nobles”, según cierto punto de vista), e incluso fueron (en algún momento) apoyados mayoritariamente por las masas. Sin embargo, no siempre puede decirse que el resultado de su liderazgo pueda calificarse de positivo. Además de las decisiones políticas “inadecuadas”, algunas” inconvenientes” decisiones económicas pueden perfectamente causar un gran daño (sufrimiento, conflictos, pobreza, hambre ...).

Cabe especular que uno de los principales problemas del poder es que los líderes pueden acostumbrarse a sus privilegios; y que el problema de los grandes líderes es que el pueblo pierde la costumbre de pensar por su cuenta, porque se le convence de que ellos (los líderes) tienen mejores opciones que ofrecer, o alcanzan a comprenden mejor la situación global, porque todo “es demasiado complejo y difícil para uno”.
Pero, ¿acaso nos gusta tener una prácticamente nula capacidad de decisión? Como niños incapaces de tomar las decisiones que nos convienen, se nos guía “adecuadamente”, a menudo contra nuestro “capricho infantil”. Los deseos de la masa ignorante han de ser contra-restados y modelados “por nuestro propio bien”, preferentemente mediante persuasión, para darnos aquello que verdaderamente necesitamos (pero que en nuestra infantil ignorancia no sabemos que necesitamos).

¿Dónde fue a parar la democracia?

“Democracia representativa” parece un oxímoron (contradicción entre términos) pues en ellas se decide sobre partidos, los cuales eligen “internamente” (y a veces con secretismo) a los candidatos, igual que deciden internamente sus programas electorales y lo que finalmente será prioridad (porque el resto es marketing). En realidad no existe democracia como tal en un sistema representativo (y menos aún en un sistema de partidos con listas cerradas). En los parlamentos modernos es extremadamente fácil sembrar confusión (y por tanto parálisis) sobre las decisiones mas trascendentes. Con este sistema es muy fácil gobernar desde fuera de los gobiernos, especialmente si se aportan fondos para financiar las campañas electorales y los medios de comunicación de masas tienen claras preferencias (ya ni pretenden simular imparcialidad).

Un problema de escala

Pudiera ser que el problema de fondo sea que los grupos humanos, los países (las tribus), son hoy demasiado grandes, además de que aún hay demasiado fanatismo por los colores de las tribus y casi se sacralizan sus hitos, personalidades y lenguas (muchas de ellas de apenas un par de siglos de antigüedad). No es nada fácil diseñar una forma de gobierno que pueda parecerse siquiera a la idea de democracia en “tribus” tan extensas, en la que es casi imposible conocerse y por tanto las relaciones son extremadamente superficiales (hoy se limitan a ser seguidor de “twiteos”).

Creo que el modelo de las ciudades estado griegas podría ser algo más adecuado, si bien habría que incorporar algunas formas de gobierno y democracia supranacionales para tratar aquellos temas que trascienden el ámbito local y regional, que cada día son más. La cuestión sería que los intereses locales y regionales no se impusieran siempre sobre los intereses globales (que nadie representaría de un modo “natural”), ni a la inversa, claro.
Para que los intereses globales fueran genuinos debería haber una conciencia global genuina, para lo cual la educación, la política en materia de lenguas, y la política en general, deberían sufrir una gran transformación. La sensibilidad ecológica debería ser una prioridad, la economía y la tecnología deberían estar supeditadas a la sostenibilidad y la solidaridad (y no a la inversa).
Desde luego hay mucho por hacer, y no se ven muchas iniciativas que estén por la labor. Para empezar, creo que no acabamos de entender el problema… ni de querer entenderlo,

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