Seguridad: precario equilibrio entre lógica y rentabilidad



Una vez más un atropello múltiple volvió a ser noticia, pero -también otra vez- ésa no debería ser la noticia. El "ataque de la furgoneta" de Toronto del día 23 de Abril de 2018 se sumó a la ya larga lista de atropellos deliberados. El fenómeno va camino de ser una tendencia creciente, tras recientes y repetidos casos por casi todo el mundo. Preguntémonos: ¿Por qué es tan fácil utilizar un vehículo como arma?, y ¿Que se va a hacer al respecto a partir de ahora?

En otros muchísimos casos -la mayoría- los atropellos se producen por distracciones, desvanecimientos o fallos mecánicos. Sin embargo, en cualquiera de estos casos, lo inquietante es que resulte tan fácil acceder y circular con un vehículo motorizado incluso en aquellas aceras o zonas peatonales de gran concentración de viandantes, pues la gran mayoría de ellas no están separadas por ningún elemento que impida el acceso a los vehículos. Por otra parte, incluso un vehículo pesado como una furgoneta o camioneta, no es probable que incorpore algún sistema de detección de impacto que inmovilice el vehículo. Por ello, es perfectamente posible atropellar a varias personas, una detrás de otra, hasta que -si acaso- llegue la policía u otro vehículo se interponga. Imagino que si los vehículos incorporaran, además de sistemas de seguridad activa para los pasajeros, sistemas de seguridad activa para los peatones, éste uso criminal de un vehículo no sería tan viable, además de que también se reduciría el daño de los otros accidentes. Quizá podría ser algo tan sencillo como emplear unos sensores de impacto en la zona delantera de los vehículos, que detuvieran en unos pocos segundos el motor de éstos, o incluso, al cabo de unos metros, los frenaran y bloquearan. Esto serviría también para que ningún conductor se diera a la fuga tras un atropello accidental, ni pueda simular que no notó nada. En algunos modelos modernos se emplean ya sistemsa aún más avanzados, que frenan antes del impacto, pero esto requiere un software mucho más complejo discrimine entre la silueta de un peatón u otro objeto, y que determine si el daño sobre los pasajeros (por el brusco frenazo) no será superior al evitado al supuesto peatón (que podría ser un animal).
Quizá no se ha hecho hasta ahora por cuestiones de tipo técnico (aunque no imagino cuales), pero tal vez cabría imaginar que todo fuera -una vez más- el resultado de fríos cálculos económico-estadísticos. Porque si no hay una norma técnica de obligado cumplimiento, no es algo que pueda interesar especialmente a los conductores, y por tanto tampoco a los fabricantes de automóviles, que para seguir vendiendo deben tratar de complacer a los conductores con todo tipo de gadgets de confort o estéticos, y para su propia seguridad, pero evitarán arriesgarse yendo más allá.

Cada vez resultará más difícil confiar en el buen criterio de las personas, por lo que no parece mala idea aumentar las medidas "mecánicas" de supervisión y control de la conducción, como sensores antiatropellos.

Este asunto recuerda el riesgo de las cocinas de gas sin detección de llama, algo que desde hace bastantes años me sorprendía que no llevaran ya todas las cocinas de gas. Quemadores con detector de llama eran la norma en cualquier instalación industrial desde hace décadas; sin embargo, por alguna extraña razón, este accesorio de seguridad no se consideraba vital para los hogares de millones de personas. Un pequeño despiste podía provocar una gran catástrofe, si -por ejemplo- el cazo con la leche se olvidaba sobre el fuego, con lo cual al hervir -saliéndose por encima- apagaba la llama y el gas continuaba fluyendo hasta llenar la cocina. Normalmente la ventilación -obligatoria- era suficiente para impedir la tragedia, pero a veces la seguridad pasiva no resultó suficiente, y hubiera sido muy deseable disponer de una cocina con detector de llama que activara una válvula que cortara el flujo de gas.



Por supuesto, a veces las medidas de seguridad pueden jugar en contra de la propia seguridad, tal como sucedió en el caso del vuelo de Germanwings estrellado en los Alpes, en el que el joven copiloto suicida decidió encerrarse en la cabina cuando el piloto salió para ir a orinar, para a continuación perder altura hasta estrellar el avión. Le resultó fácil impedir la entrada a la cabina al propio capitán, pues desde los atentados del 11S las puertas de la cabina se podían bloquear desde el interior para impedir el acceso de terroristas. Mientras los aviones no incorporen sistemas de vuelo semiautomáticos que impidan maniobras tan bruscas como ésta, o control remoto (que debería ser resistente a ciber-ataques), no va a ser posible protegerse a la vez de pilotos suicidas y terroristas.

Quizá en un automovil todo sea un poco más sencillo; un avanzado sistema antirobo podría dificultar los “usos criminales” del vehículo, por ejemplo si el encendido requiriese scaner dactilar o reconocimiento de voz. Pero los terroristas pueden sencillamente alquilar una furgoneta o el propietario del vehículo puede ser el propio suicida-homicida. En tal caso las medidas de seguridad pasivas (una adecuada barrera de separación física como pilones o vallas sólidas) permitiría a los peatones y ciclistas circular con una razonable seguridad. La cuestión es -otra vez- si tal gasto se considerará suficientemente “razonable”.

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